Nada resulta más inquietante que la sensación de que las personas que tenemos cerca no escuchan realmente lo que queremos decir. Pero, ¿por qué sentimos a menudo que se corta la comunicación incluso con la gente más próxima como: familiares, amigos, o colegas? ¿Qué es lo que nos impide escuchar de verdad?
Esta publicación inmensamente informativa ofrece un mensaje profundo y podemos aprender a comprendernos y a mejorar nuestras relaciones. Hablar y escuchar forman una relación única en la que el hablante y el oyente están intercambiando constantemente los papeles y los puntos de vista, y en la que las necesidades de uno compiten con las del otro. Si lo dudas, intenta explicarle a alguien algún problema y fíjate cuánto tarda en interrumpirte para explicarte el suyo, describirte una situación similar o ofrecerte un consejo que, seguramente, será más apropiado para él que para ti.
Siempre pensé que escuchar era algo que sucedía de manera automática, y que los años de experiencia ya me hacían experto. Pero estudiarlo me hizo entender que escuchar de verdad es una práctica consciente y que quizá, la mayor parte del tiempo no estamos realmente escuchando… sino esperando nuestro turno para responder. Esta inquietud intelectual, impulsó esta publicación.
Escuchar no se trata de esperar tu turno para hablar, sino de absorber lo que la otra persona comparte y hacerla sentir escuchada, apreciada y comprendida.
Es una conexión más profunda que una conversación normal, porque cuando escuchas de verdad, abres la puerta a la empatía y la conexión genuina.
¿Y no es eso lo que todos realmente anhelamos?
¿Eres de los que oyen pero no escuchan?
Aunque por naturaleza mientras alguien nos habla nuestra mente suele estar pensando en lo que vamos a decir, antes escuchar se hacía mucho más fácil y era parte natural de la vida. Se contaban historias, se compartía alrededor de una mesa, y no había tantas interrupciones ni notificaciones a cada segundo en el celular.
Hoy, en cambio, vivimos un ritmo tan acelerado que escuchar y ser escuchados con atención se volvió un lujo, y perderlo es, quizá, uno de nuestros mayores errores.
¿Alguna vez sientes que no te escuchan? Si la respuesta es afirmativa, revisa bien lo que está pasando, puede ser que tampoco estás dispuesto a escuchar a los demás, quizás tus preocupaciones te absorben y no tienes disposición para escuchar al otro, simplemente buscas que te escuchen.
Por lo general las personas suelen tener el hábito de hablar mucho, tanto que, aunque no se dan cuenta cansan a los otros incluso llegando a convertirse en un fastidio, pues pareciera que no se callan nunca, hablan y hablan sin parar.
Estas personas igualmente suelen decir cosas inadecuadas o innecesarias que después les traen dificultades en las relaciones. Poca sabiduría hay en aquel que habla por hablar, sin medirse en lo que dice y sin escuchar atentamente lo que dicen los demás.
Detrás de esta necesidad de hablar mucho y escuchar poco se esconde la ansiedad de una persona insatisfecha, aburrida o cansada de algunas circunstancias de su vida que no es capaz de cambiar y a las que por fuerza mayor siente que debe someterse.
Por lo general las personas no escuchan al otro porque mientras que este habla, mentalmente están preparando lo que van a responder, lo cual, se traduce en que nunca escuchan, ni desarrollan la capacidad de conectarse con su interlocutor, igualmente se les dificulta ser empáticos y amables.
Quien está verdaderamente satisfecho y feliz, quien ha construido paz en su interior y tiene la capacidad de expresar el amor, no necesita hablar hasta cansar, todo lo contrario, evita hablar de más, pues sabe que el que mucho habla mucho se equivoca.
El silencio y la prudencia de callar antes de hablar más de lo indicado, es virtud del sabio, de aquel ser que dice lo necesario en el momento adecuado, poniendo siempre por delante el respeto a los demás.
Escuchar con atención es amar, respetar, valorar a la otra persona, servirle de soporte cuando lo necesita, brindarle lo mejor que tenemos sin ponerle condiciones, dando lo mejor de nosotros, para a cambio recibir lo mismo.
¿Por qué hemos dejado de escuchar?
Pero si escuchar es tan importante, ¿por qué nos cuesta tanto hacerlo bien?
Nada erosiona tanto nuestras emociones como no sentirnos escuchados cuando lo necesitamos o cuando simplemente nos estamos comunicando con alguien. Las personas que no oyen no tienen siempre el rostro de un adolescente o de ese jefe al que no le importa lo más mínimo lo que tengamos que decirle. En realidad, este fenómeno se da con frecuencia entre muchas de esas figuras cercanas.
Decía Jean-Paul Sartre que la incomunicabilidad, así como la no escucha, es la fuente de toda violencia. En cierto modo, ese es en realidad el inicio de muchos de nuestros problemas. Al fin y al cabo, quienes no se escuchan están casi condenados a caer o bien en la indiferencia o en ese desacuerdo que acaba generando distancias a menudo insalvables. Veamos, por tanto, qué hay detrás de esas personas que oyen, pero que no saben escuchar.
Sesgo de confirmación y disonancia cognitiva
Hay personas que solo escuchan lo que ellas quieren. Eso significa, por ejemplo, que solo abrirán sus oídos cuando digamos algo que confirman lo que ellos ya saben, creen o dan por cierto. Todo aquello que no se ajuste a sus gustos o creencias no será atendido ni tenido en cuenta.
Por otra parte, la disonancia cognitiva es también un fenómeno muy común en nuestros fallos de comunicación. Ocurre con gran frecuencia en nuestras relaciones de pareja: cuando estamos enfadados con esa persona, no importa que tenga razón en aquello que nos esté diciendo. La mente rechaza los datos disonantes e intenta ser fiel a lo que siente ‘si estoy enfadado contigo, no tendrás razón en nada de lo que digas’
El perfil narcisista, personas que no oyen porque solo se escuchan a sí mismos
La personalidad narcisista está detrás de muchas de nuestras frustraciones a la hora de comunicarnos. Son perfiles que nunca atienden perspectivas ajenas. La única verdad es la que ellos tienen, y por si esto no fuera poco, toda conversación carecerá de interés si no son ellos el centro de todo argumento, anécdota o referencia.
La ira contenida que cierra los oídos
Este es otro factor que deberíamos tener en cuenta. Una de las razones por las que las personas fallamos en nuestros procesos comunicativos, se debe a la ira escondida.
A veces, ni siquiera hace falta que estemos enfadados con la persona que tenemos enfrente. Un mal día en el trabajo, por ejemplo, puede hacer que dejemos de practicar la escucha activa con los nuestros. Esta es una realidad que debemos tener muy presente.
No escuchan porque son ellos quienes desean llevar las riendas de la conversación
La mayoría nos hemos encontrado en más de una ocasión con esos perfiles caracterizados por la verborrea excesiva. Es algo común y sobre todo, frustrante. Son esas personas que oyen, que están ante nosotros pero que no escuchan porque están pensando en lo que van a decirnos a continuación. Su único afán es llevar las riendas del diálogo y acaparar cada palabra. Lo que nosotros podamos decir en realidad, carece de interés.
El costo que pagamos
La mayoría de las personas están mucho más preocupadas por ser escuchadas que por escuchar para comprender, pero cuando no escuchamos realmente, el costo que pagamos es alto.
No escuchar de verdad no solo te hace perder información, también te hace perder conexión. Y cuando no hay conexión, lo que se resiente no es la conversación: son las relaciones.
Pocas cosas hacen sentir tan valorado a alguien como ser realmente escuchado.
No hay mayor respeto que una escucha sincera.
Reaccionar VS Responder
La neurociencia de la conversación ha demostrado que solemos planear lo que vamos a decir antes de que el otro termine de hablar. En ese momento, nuestra atención se divide: una parte sigue procesando lo que escuchamos, mientras otra ya está preparando la respuesta, y esa “doble tarea” reduce la calidad de la escucha.
La razón de esto es que nuestro cerebro está preparado para reaccionar rápido. Y sí, esa velocidad es útil: las conversaciones fluyen y no hay silencios incómodos, pero también tiene un costo:
dejamos de escuchar de verdad y caemos en el piloto automático de reaccionar.
La buena noticia es que también tenemos la capacidad de elegir con conciencia, de responder con atención desde la escucha plena.
Al final, la pregunta es simple:
¿quiero que me maneje el piloto automático o quiero escuchar de verdad?
De la reacción a la presencia
Escuchar de verdad significa realmente abrirte a lo que el otro comparte. No estar esperando tu turno, sino manteniéndote presente. Desde ahí, tu respuesta deja de ser automática para convertirse en consciente.
Aquí tres ejercicios para probar desde hoy:
Exhala antes de hablar:
Normalmente, solemos inhalar antes de hablar: es el cuerpo avisando que queremos intervenir. Pero si en ese momento eliges exhalar primero, creas una micro-pausa que evita la reacción automática y abre la oportunidad para preguntarte: “¿Esto que voy a decir suma, o solo necesito hablar?”
Aunque practicarlo puede parecer muy simple, es un ejercicio muy poderoso. Entrena hacerte consciente de tu respiración y darte cuenta cuando la estás reteniendo para entrar en la conversación.
En ese instante, en lugar de lanzarte a hablar, suelta primero. Esa exhalación abre un espacio pequeño pero valioso: el espacio para elegir cómo responder.
Medita para entrenar la presencia:
La neurociencia muestra que la meditación reduce la actividad de la red cerebral que suele estar ocupada en planear lo que vas a responder mientras alguien habla. En otras palabras, meditar entrena a tu mente para bajar ese ruido interno, y así escuchar plenamente.
Existen muchos tipos de meditación que pueden ayudarte, pero todas comparten lo mismo: volver una y otra vez al presente. Puedes simplemente sentarte en silencio unos minutos enfocando tu atención en tu respiración o en una frase o mantra. Recuerda que la intención no es dejar la mente en blanco, sino entrenar tu atención.
Cada vez que notas que tu mente se fue y la traes de vuelta, estás fortaleciendo el mismo músculo que luego necesitas en una conversación: quedarte presente, escuchar sin adelantarte y responder desde la calma.
Desde ahí, responder se vuelve una elección consciente, no un reflejo automático.
Hazte una pregunta poderosa:
Y para poner en práctica mi certificación de Life Coach, te cuento que las preguntas tienen el poder de interrumpir el piloto automático y abrir un nuevo espacio de conciencia.
Toma un momento y respóndete con honestidad:
¿Qué cambiaría en mis relaciones si elijo responder en lugar de reaccionar?
¿Qué costo estoy pagando hoy por reaccionar sin pensar?
¿Qué puertas podrían abrirse en mi vida si elijo una respiración antes de contestar?
Escuchar profundo empieza por escucharte diferente, y cada pregunta que te haces con honestidad es una invitación a honrar el espacio que se abre dentro de ti.
El poder de elegir escuchar
Aprender a escuchar no es solo una forma de comunicarte mejor, es un acto de presencia. A veces creemos que escuchar con atención nos quita tiempo, que es un lujo que no podemos permitirnos.
Pero, ¿y si no escuchar es lo que más caro nos cuesta?
Tal vez sea una de esas pequeñas revoluciones que, aunque sean simples, cambian todo. Porque cuando eliges escuchar y responder con conciencia, no solo transformas una conversación, transformas la manera en que eliges vivir.
Mejorar tu escucha puede transformar prácticamente todas las áreas de tu vida.
¿Qué podemos hacer ante quienes no nos escuchan?
Tanto si lo queremos como si no, personas que oyen y no escuchan siempre las habrá. Nos las encontraremos en casi cualquier escenario. Ahora bien, lo complicado es tener junto a nosotros a alguien que es incapaz de ser cercano, empático y sensible. Pensemos que la buena comunicación es el principal nutriente de la convivencia. Sin ella, nada fluye, nada es auténtico, nada nos sirve.
Por tanto, a quienes no hacen el mínimo esfuerzo por escucharnos de manera auténtica y activa, hay que hacérselo saber. Les dejaremos claro por activa y por pasiva que merecemos y debemos ser atendidos, comprendidos. Si no hay cambios, lo mejor es dejarlos ir por bienestar y salud. La sordera emocional en materia de comunicación deja serias secuelas. Protejámonos de ella.
Trabajemos por tanto cada día en mantener una comunicación adecuada y satisfactoria en cada uno de nuestros escenarios sociales. Seamos el mejor ejemplo, promovamos el diálogo empático y pongamos límites a quienes no tengan voluntad de practicarlo.
Preguntas:
¿Qué tan prudente eres al hablar?
¿Escuchas lo que te dicen o preparas la respuesta que vas a dar?
¿Te fastidian las personas que hablan mucho?
Bibliografía
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